Eso dicen, lo que no dicen es si es para quedarse definitivamente o será un amago como el de los últimos días que vimos el sol, porque de momento el viento del norte sopla con muy mala leche. ¡Se necesita sol y calor! Porque el sol es fuente de vida y da alegría, algo que hace mucha falta en estos tristes años que estamos viviendo. A la gente del norte siempre nos dicen que somos muy reservados, más apagados que los de otras regiones, seguro que de todo hay ( y más si nos comparan con los andaluces) y una gran parte de que eso pueda ser cierto es debido al clima.
Por eso es verdad que las buenas temperaturas hacen una gran labor socializadora al volver a darnos la posibilidad de reunirnos en calles y terrazas, después de tanto invierno y tanta lluvia que nos ha tenido encerraditos en casa. Sea como sea, bienvenido este hermoso sol, ¡que yo tanto echaba de menos! . Sinceramente ya estaba hasta los huevos de que al doblar la esquina de mi calle con la Avd. Fontiñas parecía que estaba doblando el Cabo de Hornos con todo el viento y la humedad que me venía encima.
Hace mucho que no escribía en este blog, tal vez esa climatología tan adversa que hemos sufrido este año haya hecho algo de mella en mi ánimo de ponerme a escribir, tal vez, justificándome como se justificaba Sabina cuando decía que sus musas se habían ido con Serrat, yo pienso que mis musas (en el remoto caso de que alguna vez rondaran mi casa), debían ser mucho más golfas que las del maestro Sabina y se debieron largar con el primero que pasó …y hasta ahora, que ni siquiera una carta han mandado. O tal vez la explicación más sencilla es que por épocas me vuelvo un vago redomado y ya está. Siempre que lo retomó, hago propósito de no volver a abandonarlo…pero nunca cumplo
Una de las grandes ventajas que conlleva el buen tiempo es la merma de las capas de ropa con las que salgo de casa ¡una gran liberación!, no es que diga que quiera salir en pelotas pero según avanza el buen tiempo un pantalón y una camiseta de tirantes o sin manga es toda mi indumentaria.
En invierno para salir a la calle suelo enfundarme en todas las ropas polares que tengo a mano, pues ir sentado en una silla electrónica es como el que sale y se sienta en un banco del parque (eso sí, sin darle de comer a las palomas que las manos están más calentitas en los bolsillos), impertérrito, como esas estatuas de bronce a las cuales la climatología se la pela y que habitualmente nos encontramos en todas las ciudades, sentadas mirando al mar, a un balcón o a la gente pasar (que siempre nos hacen preguntarnos ¿y este quien coño será?). Lo que está claro es que a nosotros no nos la pela y que al no poder entrar en calor por faltar el movimiento corporal, las probabilidades de quedarnos tiesos como un polo son notablemente elevadas.
Como no queremos que eso ocurra, hay que abrigarse y obviamente eso lo hago en casa ¡¡no voy a cambiarme en el portal!. aunque a veces ganas me entran de hacerlo, pues mientras me cambio, la calefacción está encendida y tira con ganas. La camiseta interior (polar, como he dicho) se pone bien…todo controlado, pero al ponerme el jersey como este suele ser térmico y voluminoso empiezan los problemas al ajustármelo al cuerpo y al espacio de la silla. Mientras lo hago siento como un fogonazo de calor invade mi cuerpo y necesito abrir la ventana para poder seguir adelante con el tema.
Pero al ponerme el abrigo (de nuevo y obviamente polar), ahí ya sí que la sensación de agobio es tan grande que cuando lo tengo finalmente puesto salgo escopeteado de mi habitación llevándome más de una vez por delante alguna parte del marco de la puerta, para disgusto de mi señora madre, en una precipitada huida hacía la calle como si viniera detrás una pareja de la Guardia Civil, mientras me coloco bufanda y gorra sobre la marcha.
Salgo de casa y empiezo de nuevo a relajarme respirarando el fresquito que se cuela por las escaleras. ¡Hora de bajar! Pero nuevas complicaciones se presentan. Como no cojo bien en mi ascensor, tengo que quitar un apoyapié de la silla, entrar hilando fino, transversal y “cojeando”.
Buscar la llave del ascensor en mi bolso y colocarla para que me baje al garaje por donde he de salir es el siguiente paso. Todas estas últimas maniobras pareciendo el muñeco de Michelin, “todo arropao” con las dificultades de movimiento que eso conlleva, encajonado en la silla en el reducido espacio interior del ascensor y sujetando el apoyapié entre mi pecho y cintura. Como tardo tanto en acoplarme en el ascensor cuando al final ya voy a meter la llavecita intentando que no se me caiga de las manos, entonces, con precisión suiza, es cuando llaman al ascensor desde el cuarto o el quinto…
Subo para arriba, se abre la puerta y una señora o señor me pregunta ¿sale usted?
…pues no, miré yo quería bajar al garaje..
Normalmente mi interlocutor suele decir resignado: esperaré, pues los dos no creo que cojamos
Pues no, resultaría complicado, respondo mientras sigo sujetando con una mano el apoyapié y con la otra metiendo por fin la puta llavecita para bajar
No es raro que ya bajando al garaje pare en algún piso, se abra la puerta y vuelva a escuchar la pregunta del millón..¿baja usted?
Si señora..pero los dos no cogemos
Al final una vez abajo, me vuelvo a “calzar” el apoyapié y salgo….. La calle me recibe como si me hubiera dado una hostia con un iceberg , y a los diez minutos de rodar ya tengo un frío del copón y empiezo a buscar donde refugiarme
Toda esta peripecia, este diario ritual, para toparme con la cruda e inamovible realidad: Es invierno y me ponga como me ponga hace un frío de cojones…. ¿Cómo no voy a estar deseando el calor, el solecito y la ausencia de ropa?
Quili
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